Impresores, libreros y editores en el Siglo de Oro

Las tres profesiones que ocupan el artículo de hoy representan los pilares básicos de la cultura actual, pero más aún en la época que nos ocupa, el Siglo de Oro. Es importante no perder de vista el momento histórico y el papel que estas figuras jugaron en el entorno social, cultural y religioso que les tocó vivir. 

En el artículo de hoy repasaremos la figura de impresores, libreros y editores en la época de mayor esplendor de las letras en castellano, con figuras tan importantes como Lope de Vega, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega o Tirso de Molina.

 

Las concesiones y licencias

Lo primero a lo que debemos prestar atención es a la compleja mecánica de aprobaciones y licencias al que se debía someter una obra susceptible de ser impresa.

Dejando de lado las autorizaciones requeridas por la Iglesia, que merecerían un capítulo aparte, cabe mencionar que muchos autores veían impresa su obra sin autorización ni pago mediante.

Desde 1502 se exigía que cualquier libro debía contar con licencia previa concedida por el rey o su representante en los distintos reinos hispánicos, el virrey. Su concesión dependía de varios factores, pero sobre todo de uno: la exclusividad de concesión editorial para imprimir dicha obra. Si se daba el caso, las probabilidades de imprimir la obra de forma “legal” eran prácticamente nulas.

 

El impresor, entre la habilidad técnica y las limitaciones

Es poco preciso hablar de homogeneidad entre los trabajos de impresión del Siglo de Oro. Para empezar porque encontramos obras de gran calidad junto a otras de menos calado cuando debido a las crisis económicas, la calidad del papel se ve reducida.

Además, la calidad de la impresión viene determinada por su destino, su público y su uso futuro. No podemos hablar de gran calidad en obras que tampoco lo pretendían en su origen como si fueran la norma general de la época.

[bctt tweet=»La imprenta española de aquella época estaba sin duda bien dotada técnicamente, con maestros y medios a la altura de otros países europeos. De hecho, estos talleres españoles eran un punto de interés, principalmente en el siglo XVI y principios del siglo XVII, de tipógrafos en busca de mejores condiciones de trabajo. » username=»xercode»]

Hablar de imprentas y sus posibilidades técnicas es hablar de medios, especialmente de profesionales, fundiciones y papel. El trabajo de las imprentas era lento y agotador, con la necesaria participación de un componedor (el responsable de componer el pliego con los tipos móviles), un batidor (el responsable de aplicar la tinta a la composición terminada) y un tirador u operador de la prensa.

En lo que se refiere al papel, necesario para el proceso de impresión, cabe destacar la existencia del llamado papel de la tierra, de baja calidad.

Si bien la calidad a nivel técnico de las imprentas españolas se encuentra en el Siglo de Oro a la de otros países europeos, no así su tamaño. Cuando era necesario, por su tamaño, un rápido encargo de impresión, los impresores se repartían el trabajo, como es el caso de algunas partes de las comedias de Lope de Vega.

Libreros, al servicio del libro profesional

Al igual que con las imprentas, en la situación de las librerías encontramos una gran variedad de situaciones: desde pequeñas tiendas en poblaciones menores donde se vendían obras de todo tipo a grandes libreros importadores, como los de Medina del Campo o Madrid en el siglo XVII que proporcionaban obras a un público más amplio y especializado al mismo tiempo.

La misión del librero, entonces como ahora, era la de satisfacer la demanda de libros del público y las instituciones. Por la misma esencia del oficio, los libreros del siglo de Oro eran activos en su oficio y favorecían el intercambio de productos.

Entre estas colecciones figuran obras nacionales y extranjeras llegadas desde los principales centros productores europeos. España no está, ni mucho menos, excluida de la red de distribución de libros con dos centros bien conocidos, Medina del Campo y Madrid, donde se reciben y distribuye tanto libro extranjero como español. 

 

Editores, entre los libreros y los autores

Entre ellos no podemos obviar la presencia de los propios autores que en no pocas ocasiones costeaban la edición de sus propias obras, así como la de instituciones civiles y eclesiásticas que financiaban trabajos editoriales.

En la época que nos ocupa se editan, por lo general, obras en latín, castellano o catalán, dejando de lado las ediciones de lujo de los grandes autores, que normalmente se editaban en los Países Bajos.

Como hecho curioso debemos destacar que cuando una obra sobrepasa el mercado nacional (algo que sucede con relativa frecuencia en esa época) el librero español se suele desentender, dejando campo expedito a que sean los editores extranjeros lo que aprovechen la circunstancia favoreciendo su propia industria.

Así, la reedición de muchas obras se realiza en el extranjero si bien el mercado español consume ejemplares de estas obras, propiciado por la presencia de libreros extranjeros afincados en España. No se editan ni imprimen en España las traducciones de una gran cantidad de obras españolas que alcanzan el éxito, entre las que se encuentran innumerables títulos científicos, técnicos y religiosos.

Terminamos esta breve aproximación a estas figuras esenciales de la industria editorial con una reflexión sobre la diferencia entre las industrias española y europea de la época. 

Jaime Moll apunta a la falta de un sector ambicioso, que hubiese aprovechado el potencial del esplendor cultural de la época. Si se hubiese dado esta circunstancia, la industria gráfica habría florecido como en otros países europeos, incluso con editores que crearon y financiaron sus propios talleres.

Imágenes

Natalia Y on Unsplas

David Castillo en Pixabay